La nueva Ley de Etiquetado de Alimentos y Publicidad, que comenzará a aplicarse el próximo 26 de junio, establece un etiquetado especial a los alimentos envasados y comercializados con altos contenidos de azúcares, sodio, grasas saturadas y calorías; asimismo, los alimentos que tengan la etiqueta "alto en" no podrán ser comercializados en los colegios ni se podrá hacer publicidad de ellos a menores de 14 años.
El propósito de esta legislación es disminuir la ingesta de ese tipo de alimentos, que son incidentes en los elevados índices de obesidad que exhibe la población, y que, además, pueden ser precursores de enfermedades como la diabetes. El daño que genera una alimentación inadecuada de ese tipo, facilitada por el desajuste entre la disposición a consumir carbohidratos y lípidos que los seres humanos adquirieron genéticamente en el proceso evolutivo, impulsada por la necesidad de obtener las calorías necesarias para su sustento en un ambiente donde estas no abundaban, y la facilidad para conseguirlas en el mundo contemporáneo a muy bajo costo, constituye una legítima preocupación de las autoridades, que se extiende más allá de nuestras fronteras, tanto en países emergentes como desarrollados. La literatura especializada ha mostrado la relación existente entre ese desajuste y el síndrome metabólico.
Leyes de este tipo han sido promulgadas en numerosos países con distintas variantes y su resultado ha sido, hasta ahora, ambiguo. En efecto, el comportamiento de las personas frente a alimentos cuya compra puede ser calificada de impulsiva, y cuyo bajo costo la facilita, difícilmente puede ser modificado por el etiquetado, el que, al poco tiempo, deja de generar la inhibición que se pretende provoque. Por otra parte, el etiquetado deja fuera a todos los alimentos no envasados que se venden en almacenes, supermercados y establecimientos que expenden alimentos que son ricos en azúcares, sodio, grasas saturadas y calorías.
Por ello, la autoridad debe complementar estos esfuerzos con campañas de información audiovisuales que, utilizando toda la sofisticación persuasiva posible, transmitan emocionalmente a la población el daño que una ingesta de alimentos mal balanceada produce, en especial a los más jóvenes, quienes tienen una más larga vida por delante y son más maleables a modificar sus hábitos, beneficiándose de una alimentación sana para su futuro.